Coincidencias,
incidencias en el infierno:
cuando el azúcar se quiebra en caramelo
y el papel se convierte en ceniza.
(Brian Molko y Morrissey fueron testigos mudos).
Mis días son un mal-haber,
porque mis padres olvidaron
que yo también respiraba.
(La biblia roja se usó para limpiar culos).
El quinto infierno no es metáfora,
es la forma de comer,
de dormir entre paredes húmedas,
donde la tuberculosis alquila
el cuarto del costado.
Coincidencias,
corazón de caña,
tu dulzura seca mi piel.
Cada vez que tus ojos rozan los míos,
esta miel me arde,
me recuerda
que el destino no asigna
más que días cualquiera.
(Ni Kant ni Marx dijeron dónde va la mierda
cuando es succionada por el inodoro).
¿Se puede hablar de todo sin abrir la boca?
Los muertos lo saben:
la comunicación es unidireccional,
sin réplica,
sin preguntas.
(Donaré mi cadáver para su polimerización,
si eso te excita, amor).
Miel de caña amarga:
me quiebra los huesos,
me arranca el pelo,
me hace cruz y apellido.
Una paria de la providencia,
arrastrando el miedo como herencia.
Han rajado mis manos,
han quebrado mis pies.
Y las coincidencias
no son más que aluviones
en este desierto
donde las casuchas
se amontonan en cuatro pisos de hacinamiento.
He dejado que los gatos me laman la cara,
que su lengua áspera me recuerde
que aún hay ternura.
Su belleza atemporal
alumbra mis días.
Y porque tú también tienes un gato,
podría ser yo,
como Betty Blue,
la mujer que se disuelve
en su propio incendio.
Ahora soy la Mujer Elefante,
sin su África,
sin azúcar,
con la piel ardiendo en miel quemada.