La anciana boto con tal rabia esos chocolates que le pusieron en su regazo -como
quien da lo que le sobra y creyendo que hace caridad- refunfuño unas
palabras en quechua cuyo sonido eran de desprecio al que la compadecía.
Issi, pisó el chocolate con la misma fuerza, ambas se miraron y
escupieron al suelo.
Días previos, le escribió un par de veces, no respondió, llamó y el
resultado fue el mismo. Entendió el mensaje, se había desviado de su
plan inicial, quería seguir disfrutando la miel que ya era hiel. Se
quedó en silencio unos cuantos días, vomitó, durmió, y tuvo
interminables parálisis de sueño. Se repitió; "no olvidar cortar las cuerdas que atan".
La tarde caía en esos tonos que tanto le gustaban; rosado, melón y sus degradaciones purpuras, con un fondo azul marino, cada segundo contaba, un parpadeo y los colores habían cambiado, su retina se concentraba como ese té negro que la mantenían despierta.
Se mecía ensimismándose en su mantra favorito -el tiempo se diluía- y la
atmosfera de su cuerpo que dolía pedía remediación. Sacrificar al que osó cometer sacrilegio.
Pinchó cada ojo y yema de sus dedos -dejo las agujas clavadas- hasta que la sangre brote como gotas de rocío en primavera que hacen malabares en los pétalos de esas flores salvajes. Soltó a su felino hambriento en la habitación inundado por una música sensual. No, nadie le escucharía.
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