Seguía sin vestirse -en medio de esa confusión- le pidió que cierre con cuidado las cortinas y la puerta. Le respondió a todo con un es posible y un quizás.
Un cuerpo, dos cuerpos, tres noches, ningún mañana.
Arrastrarse por las calles, detenerse en los perros y los gatos -acariciar a algunos- leer la lista de compras, llenar la mochila con un six pack de las cervezas más amargas -tienen que ser en lata, por favor- como los sueños inconclusos.
Vigilar y castigarse, reírse de lo absurdo que a veces son las decisiones impulsivas. Agua de los ojos que mojan almohada, agua de los ojos que deshidratan cuerpo y curan alma. Mantenerse en silencio y ebria eran -por ahora- su mejor opción, como quien no espera nada de la vida, como quien desea acomodarse al rechazo.
Le dijo que las almas parecidas no podían estar juntas, le dijo que el tiempo no cura nada solo te hace más resignado.
Qué haría con ese cuerpo -antes de que empiece a agusanarse- es lo que aún no sabía cómo resolver.
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