Toda una semana debajo de la cama, no sé si era una insecta convirtiéndose en humana. No entendía por qué su distancia y su ausencia me apretaba el pecho, me bloquea y detiene la vida. La última vez rechacé fundirme en sus pupilas, mi cobardía fue mayor o mi lucidez me hizo retroceder. No lo sé.
Mi cobardía me dio una cachetada, mi orgullo se ahogó en la lluvia inesperada de octubre. Ausencia, acostumbrarse a la ausencia, eso hace sentirme marginal, resignada y derrotada. Apesta.
Junté todas las evidencias acomodadas para seguir trepando por la soga de la esperanza. Las coloqué en mi ultima mochila viajera. Llegué a lo alto, cansada, sudando, con sed y sin hambre. Lo único que vi es mi fantasía tejida por la soledad. Prendí con dificultad el cerillo y me arrojé como un meteorito.